La aglomeración infernal de gente es uno de las principales armas con las que cuenta esta jungla de cemento. Su efecto “malhumorizador” se ve potenciado por el calor del verano. Las veredas siempre atestadas de gente (y siempre rotas), llenas de motos mal estacionadas, de gente apurada que no mira por donde va. Todos de mal humor, cada uno intentando llegar a tiempo vaya uno a saber a donde. Caminar sin ser envestido resulta más difícil que tirarse a la pileta y no mojarse.
Y si sobre las aceras todo es un caos, en la calle el panorama es más desolador. El congestionamiento es constate, desde las 8 hasta las 20. Son 12 horas de caos vehicular, de colectivos pasando al borde del cordón (y al borde de decapitar a algún peatón), de autos estacionados donde no se debe, de vehículos en doble fila esperando para entrar a un estacionamiento y 12 horas de bocinazos, y bocinazos, y bocinazos
Pero volvamos a la vereda, estrecho sitio donde la paciencia del ser humano es puesta a prueba día a día. Como si fuera poco el espacio para transitar uno siempre se encuentra con alguien vendiéndonos cosas. Desde los hippies con sus aritos y pulseritas hasta los buscas, capaces de vender todo tipo de chucherías: un día pelotas de fútbol, otro día muñequitos que caminan y otro día la agenda magnética.
Y ante su presencia, se avecina el tumulto, el hacinamiento de gente, el fastidio. Y entonces es cuando entran en acción los pungas. Vos no los ves, pero ahí están. Siempre listos, a al acecho, prestos a aprovechar cualquier amontonamiento para violarte un bolsillo. Y ahí se van, con tu billetera, tu celular, o lo que sea, incluso muchas veces sin que uno se de cuenta.
Y como si todo esto fuera poco, ha hecho su aparición un nuevo mal. Quizá su efecto no es tan temido pero el fastidio que genera es atroz. ¿A qué me refiero? Al agua que cae de los aires acondicionados. Yo se que nadie va a morir por unas gotas de agua en su camisa, en su saco, en su cabeza. Pero creo que tampoco ninguna empresa deberá cerrar sus puertas por hacer una correcta instalación del aire acondicionado, evitando que estos chorreen sobre la gente.
Todo contribuye a esa necesidad imperiosa e irrefrenable de huir cuando el reloj marca que ha llegado la hora. Y cuanto entonces llegan las 18 se desata el caos. Miles y miles de personas intentan escapar al mismo tiempo, colapsando todos los medios de transporte disponibles. Para quien no logra comprender lo caótico del momento imagínese la ruptura de un dique y miles y miles de litros de agua corriendo por un estrecho desfiladero. Arrasa con todo a su paso, nada será capaz de detenerla.
Y a este caos rutinario, habitual se pueden agregar aleatoriamente distintas variables, que empeorarán las condiciones hasta llevarlas al borde de lo tolerable, poniendo en riesgo el orden social adquirido. Si bien existen distintos factores que pueden jugar en esta ecuación hay dos que sobresalen del resto: piqueteros y paro de subte. Esos son los dos mayores dolores de cabeza que puede padecer el escapista del centro. Imprevistos o con aviso previo convierten al centro en un caos total, provocan superocupación de colectivos, trenes y taxis y aumentan el tiempo de regreso a casa en 50% aproximadamente.
Pero con el pasar del tiempo, de a poco uno se va acostumbrando a esto. Y si bien, como decía hace unos días, costumbre y gusto no es lo mismo, termina molestando un poco menos. Pero además de todo lo malo, uno de a poco va descubriendo los encantos del micro centro, y lentamente le va tomando cariño. Y es que el micro centro tiene lo suyo.
Te avivas que existe una combinación de tren-sulqui-colectivo-premetro-lomo de burro-subte que te permite ahorrarte 15 minutos de viaje, lo cual se traduce en 15 minutos más para dormir. Descubrís, también, que ligeras alteraciones en el horario de ingreso o egreso de la oficina puede redundar en disminuciones sustanciales del tiempo de viaje y en mayores comodidades.
Encontrás una gorda que vende unos sanguches de milanga en la esquina, mucho más ricos que los que vos pedías por delivery y que encima te cuestan mucho más baratos. Ubicás también un bolichito donde se come bueno y barato, que para redondear tiene unas mozas que están mas buenas que comer el pollo con la mano. Notas que el after office, evento social por excelencia de estos tiempos, tiene como epicentro unos barsitos del bajo, los cuales se encuentran equidistantes a solo 3 cuadras de la oficina. Eso te lleva a darte cuenta que una cerveza después del trabajo hace que el regreso a casa sea muchos mas ameno.
Recorrés la calle Florida. Hace un par de años símbolo de la decadencia menemista, hoy centro y valuarte de la Buenos Aires turística. Solo un par de cuadras te alcanzan para meterme en un mundo bilingüe y que cotiza en dólares y para cagarte de risa de cómo garcan un turista en cada esquina.
Florida es también refugio eterno de artistas callejeros. Algunos, como las estatuas, te aburren sobremanera y te preguntas que clase de gente es capaz de darle plata otra por el simple hecho de no hacer nada. (Aunque pensándolo bien, en Argentina tenemos miles y miles de empleados públicos a los que se les paga por no hacer nada). Otros hacen malabares, otros música. Cualquiera de estas cosas, que jamás hubieras observado en otro tiempo, hoy caen como anillo al dedo para escapar al menos unos minutos del trabajo y la maldita rutina.
Y así se pasan los días, entre corbatas y escotes como diría Wilfredo. Entre oficinistas y banqueros, empleados públicos y pibes del delivery. Así de a poco vas formando parte de esa fauna. Lentamente, sos uno más.
12 comentarios:
muy bien escrito eh.... y es asi, lo odias pero en parte tambien lo queres al microcentro. yo hace tres años que laburo aca y ya em acostumbre a muchas cosas que antes me daban un dolor de cabeza infernal....
ahora cuando voy al club (reconquista y corrientes) paseo por florida y me recreo un poco ^^
besos y feliz navidad :)
Muy buena reflexión, Melli. Yo trabajo en pleno microcentro y tengo la suerte/desgracia de vivir no muy lejos de allí. Dentro de lo molesto del calor de estas fechas, es una suerte poder volver a casa a pie, el oasis lo tengo ahí nomás. Y disfruto más una buena cerveza en casa, entre mi música y mis cosas. Es mi bálsamo para el día.
Saludos!
Che, no entendí, está todo mal o está todo bien con Capital??? :P Yo por suerte no padezco nada de eso, porque vivo en la gloriosa y espectacular ciudad de La Plata.
a mí me gusta la aglomeración de gente y el calor
lo que no me molesta son los que van apurados, en eso tenés razón
EXCELENTE! Una descripción brillante del microcentro porteño. Justo hoy, que venia caminando por Florida, pensaba en hacer un post al respecto, pero me ganaste de mano... Igual, valió la pena!!
Si no te posteo antes, FELIZ NAVIDAD!
Lulis: yo laburo justo en reconquista y corrientes. ¿Que vas a megatlon a la asociacion cristiana?
Cassandra: Creo que si viviera por el centro al principio pensaria en el suicidio. Pero despues uno se acostumbra. Y el viaje me mata, tengo mas de una hora.
Tomas: Está todo bien y mal al mismo tiempo. Es angel y demonio, como Demian y Abrahxas.
Horacio: Ja. Vos te quejas de todo menos de lo que los demas se quejan.
Pauly: Gracias por el halago. Igual puede hacer su post (siempre y cuando pague los creditos por todo lo que me robe).
Pahh, te descargaste no?
Y si dalmita, lo necesitaba. Vos que vivis del otro lado del charco y solo venis por aca de visita quizá no llegues a comprender lo duro que es esto
uh tal cual...
el centro es lo peor..
igal yo trato de escarpe 15 minutos antes y me ahorro un aglomerado de gente bastante importante
felices fiestas, melli...y tomatelo con calma y tomate todo :P
voy a la asociacion cristiana, tienen convenio con la FCE! ya hace dos años qeu soy socia....
seguramente alguna vez te habre cruzado por esas vereditas de morondanga :P
beso
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